Doce Hombres Sin Piedad
Todos somos víctimas y verdugos de algo que no podemos controlar en origen. Y de eso nos habla esta película, de la teoría de la presunción de inocencia, o mejor dicho, la del “nadie es culpable hasta que se demuestre lo contrario”.
Esta cinta nos hace ver, sentir, pensar... y preguntarnos a nosotros mismos, ¿Eso es lo que vale la vida de una persona?
En una tarde de un viernes sumamente caluroso, doce miembros de un jurado de Nueva York se reúnen para deliberar tras un juicio que ha durado cinco días. La acusación es de homicidio.
La decisión debe ser tomada por unanimidad, y si es de culpabilidad, conlleva la pena de muerte, en la cámara de gas.
El acusado es un joven de diecinueve años y la víctima era su padre.
Se celebra una primera votación y solo el jurado número 8 vota por la inocencia.
Afirma que cree que, deben dedicar algo más de tiempo al análisis del caso. Se decide dar un turno de palabra a cada uno para intentar convencer al oponente.
La temperatura y el desacuerdo caldean los ánimos y provocan varios enfrentamientos.
La comunicación tanto como la información que se intenta transmitir entre algunos de los protagonistas nos demuestra la falta de escucha activa, asertividad, empatía, y un lenguaje informal e comunicación horizontal que se lleva a cabo a lo largo del veredicto.
Uno de ellos, con saber expresar, escuchar y, además, sabiendo utilizar a la medida las palabras contextuales en el momento adecuado creando un silencio y dando a pensar a los demás receptores con mensajes, una retroalimentación, feedback... consigue dar la vuelta a la tortilla y hacer entrar en razón a la mayoría de los miembros.
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